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jueves, 7 de junio de 2012

X Dgo del T.O. (Mc 14, 12-16.22-26) Corpus Christi- Ciclo B: Una lección sin palabras



Érase un muchacho que siempre llegaba tarde a casa cuando salía de la escuela. Los consejos y reprimendas no surtían ningún efecto. Finalmente, un día, su padre le llamó al orden y le dijo: "la próxima vez que llegues tarde, cenarás pan y agua. ¿Está claro?" El hijo lo entendió perfectamente.

Pocos días después el muchacho llegó a casa más tarde que nunca. Sus padres no le dijeron nada. Cuando se sentaron a cenar vio que los platos de sus padres estaban llenos y en el suyo había sólo un trocito de pan y un vaso de agua. Miró al pan y luego al agua. El padre esperó un rato para que el hijo interiorizara el castigo. Luego tomó el plato del hijo y se lo puso delante de él. Cogió su plato y lo puso enfrente de su hijo y se pusieron a cenar.

Años más tarde, ese mismo muchacho al recordar aquel episodio de su vida comentaba: "Toda mi vida he sabido cómo es Dios por lo que hizo mi padre aquella noche".

Hermosa lección en la que el padre se impone el castigo que su hijo merece. Una lección sin palabras. Una lección sobre Dios que el hijo nunca olvidó.

Jesús, como el padre de la historia, cada domingo coge nuestro plato vacío y nos ofrece un plato rebosante de amor y perdón y nos dice: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo." Los domingos Jesucristo multiplica el pan para sus hijos e hijas.

Primero escuchamos a Jesús para vernos a nosotros débiles, desobedientes y necesitados de sanación. Nosotros que vivimos en un mundo que ha arrinconado a Dios, tenemos que experimentar su presencia, su poder y su amor. Dios satisface nuestra hambre con el pan de vida.

"Jesús hablaba a las gentes del Reino de Dios".

Primero la Palabra, la Buena Noticia, el Reino de Dios; primero darnos a conocer que estamos llamados a formar parte de un nuevo orden de cosas. Jesús quiere mostrarnos el mundo y nuestras vidas tal como su Padre las ve.

Y la Palabra de Dios, en este día de fiesta, nos remite a algo tan cotidiano y necesario como es el pan y el vino.

Jesús, el mejor predicador, quiere que nos quedemos con él, que le acompañemos en el banquete que prepara para nosotros cada domingo. Quiere poner delante de cada uno de nosotros un plato de comida para el viaje de la vida. Y nos manda: "Haced esto en memoria mía".

En cada Eucaristía, el sacerdote pronuncia las mismísimas palabras que pronunció Jesús en la Última Cena. Palabras que debemos escuchar como el gran regalo que Dios nos hace.

Nos acercamos al altar a recibir el cuerpo y la sangre de Cristo para hacernos uno con Él. ¿Somos dignos? Por supuesto que no. Pero si esperáramos a ser dignos nunca nos acercaríamos. Pero lo hacemos con confianza porque Él nos invita.

Nosotros que comemos sacramentalmente el Cuerpo y bebemos la Sangre de Cristo nos convertimos en el cuerpo vivo, visible, tangible de Cristo para el mundo.

Nos convertimos en su presencia real, somos el plato lleno con el amor y el perdón de Dios que Jesucristo quiere poner enfrente de tantos hermanos nuestros que nunca verán otro plato.

Estamos llamados a convertirnos en lo que somos, el cuerpo de Cristo. Amén

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