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jueves, 10 de mayo de 2012

Comentarios Biblícos y Pautas para la Homilia:VI Domingo de Pascua (Juan 15, 9- 17) - Ciclo B


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“Permaneced en mi amor”

Nos acercamos casi sin pretenderlo a final del tiempo pascual. A este sexto domingo de Pascua ya solo le seguirán la Ascensión del Señor y posteriormente Pentecostés, fiesta del Espíritu, don del Señor. Se hace urgente recordar lo importante, lo único necesario, lo sustantivo : la hondura y novedad del nuevo mandamiento desde el que vivir nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. La liturgia en sus textos bíblicos así nos lo recuerda. Se nos invita a vivir desde la ley del amor precisamente porque Dios e s Amor, en palabras de San Juan. Una ley del amor que aunque pudiera parecer sencilla o incluso una “romanticidad” poco viable para estos tiempos de crisis es el medidor perfecto de nuestro grado de humanidad y prueba de fuego de nuestra fe. Los mayores sacrificios, las más altas entregas son fruto del amor. Siempre utilizó el mismo ejemplo: se pueden regalar rosas por San Valentín pero regalar un riñón, como aparecía este año por televisión, solo es posible desde un amor total y oblativo donde la preocupación por el otro casi supera la propia. Y la fe solo puede ser comprendida desde esta clave antropológica. Como bien decía Von Balthasar solo el amor es digno de fe. Amamos en quien confiamos y confiamos en quien amamos. Si la fe es confianza sabemos donde podemos poner nuestro amor. Y confiamos porque hemos sido amados.

Fr. Ismael González Rojas
Convento de San Esteban (Salamanca)

Comentario Bíblico
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,25-26.34-35

Marco: Encuentro de Pedro con los gentiles empujado por una advertencia del Espíritu. El acontecimiento de la conversión de Cornelio tendrá una repercusión muy importante para la Iglesia primitiva y para la Iglesia de siempre. Se le pedirá cuentas en Jerusalén (Hch 11) y habrá una referencia explícita en el Concilio de Jerusalén (Hch 15). En esta circunstancia, Pedro pronuncia su quinto discurso kerigmático.

Reflexiones:

1ª) ¡Soy un hombre como tú!

Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio salió a su encuentro y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo: levántate que soy un hombre como tú. El gesto de Cornelio expresa a la vez su agradecimiento y su sumisión al mensaje que quiera transmitirle. Está convencido que el mensaje que Pedro le va a comunicar es de capital importancia para su vida y la de su familia. Pero el autor de Hechos nos recuerda también la actitud de Pedro: yo no soy más que un mandatario, un mensajero, un testigo del verdadero Salvador. Los dos somos iguales ante Él. En el Libro de los Hechos los protagonistas no son Pedro o Pablo o los demás apóstoles, sino Jesús que es proclamado y el Espíritu que dirige esta proclamación mediante los Apóstoles. Es necesario recuperar esta lección de Pedro en la Iglesia en la que todos somos hermanos. Ya lo había advertido el Maestro: Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20,24-28; Mt 18,1-4; 10,24).

2ª) ¡Dios no tiene acepción del personas!

Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Jesús, en la cruz, derribó todos los muros de separación entre gentiles y judíos. En la resurrección de Jesús la oferta de vida y resu-rrección se extiende a toda la humanidad. La escena de Cornelio es una ejemplificación visible del proyecto de Dios: ofrecer la salvación a todos los hombres. Pero esta adquisición no se hará firme en la Iglesia hasta algunos años después. Pablo será quien lleve este proyecto a realidad no pocas veces dolorosa. La apertura, la novedad con contenido serio provoca siempre difi-cultades desde dentro. En el c. 11 podemos leer cómo Lucas recoge las dificultades de la Iglesia de Jerusalén. Pero el Espíritu Santo dirigirá este proyecto sin marchas atrás. En una traducción concreta de esta actitud de Dios nos lleva muy lejos en las múltiples relaciones humanas en que nos encontramos cada día. La Iglesia actual es invitada a volver la mirada a aquellos hechos programáticos: es necesario que mantenga la apertura permanente y ofrecer siempre al mundo la novedad del evangelio.

3ª) El Espíritu Santo ¿también para los gentiles?

Cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras...Los creyentes circuncisos se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. La actuación de Pedro queda sancionada por el descenso del Espíritu Santo prometido para los miembros del pueblo de Dios, pero era impensable para los paganos. No es extraño que los hermanos que proceden del judaísmo y acompañan a Pedro se asombren: ¡El Espíritu Santo sobre los impuros gentiles! Son comprensibles sus repugnancias (y las de la Iglesia de Jerusalén ante el relato de Pedro) por la tradición que pesa sobre ellos. Pero la acción del Espíritu Santo que es la señal inconfundible de la salvación universal les conduce poco a poco a comprenderlo. El camino será lento en adelante, pero seguro y siempre en avance: claramente es la voluntad de Dios que los gentiles participen de la promesa. En los primeros versículos de Hechos, Jesús resucitado ha revelado a los Apóstoles que han de ser sus testigos hasta los confines de la tierra. Ahora se comienza el camino largo, dificultoso pero seguro. Este hecho es consolador para la Iglesia, como nosotros, que procede de la gentilidad (gentiles son todos los que no son judíos).

Segunda lectura: 1 Juan 4,7-10

Marco: Comienzo de la excelente exposición sobre el amor fraterno (4,7-21) que es solo posible como respuesta al amor de Dios.

Reflexiones:

1ª) ¡Todo el que ama ha nacido de Dios!

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 1Jn 4,7-21 es una exposición espléndida que se centra en la afirmación: Dios es Amor. Es imposible amar al prójimo si antes no se ha experi-mentado, a través de Jesús, el amor de Dios a toda la humanidad. El amor expresado por Jesús en la Cruz no es sólo un modelo a imitar sino la causa y la raíz que posibilita el mismo amor que empuja hasta el don de la vida por el otro. Juan planea por las alturas pero se lanza al corazón de la realidad. Sólo es posible estar dispuestos a dar otras cosas si se está dispuesto a dar la propia vida. Y esta actitud es imposible sin descubrir profunda-mente que eso es lo que hizo el Maestro. En un mundo que se rige habitualmente por el intercambio de facturas y recibos es muy difícil entender este modo de comprender la vida en sus múltiples y cotidianas relaciones. Por eso es necesario volver la mirada una y otra vez a los orígenes y a nuestro presente; pero a la vez para evitar falsos espiritualismos y superar la radical impotencia de llegar al otro en serio.

2ª) ¡Dios es Amor!

Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.

La escuela joánica ha conservado dos definiciones de Dios que desbordan nuestras capacidades: Dios es Espíritu, por eso busca adoradores que lo hagan en espíritu y en verdad (Jn 4,24). Y esta otra: Dios es Amor. Espíritu y Amor y uniendo las dos: el Padre que hace de la comunidad creyente una familia. Nuestros esfuerzos por definir a Dios no llegan a la hondura de esta palabra de Juan: Espíritu, Amor, Padre. Pero cercano, dentro del hombre: vendremos y haremos morada en él (Jn 14,23). Juan entrelaza con habilidad peculiar las alturas y lo concreto. Ofrece al hombre la clave de una experiencia de Dios y del hombre profundamente original, consoladora y exigente. Profunda porque llega a la raíz de los grandes interrogantes del hombre. Consoladora por la cercanía de Dios, como un huésped. Y exigente a la vez: debe traducirse en acercarse al otro y entenderlo como otro yo pero en Cristo Jesús. La teología de la Palabra hecha hombre, historia concreta y palpable, palpita en toda la comprensión que Juan tiene de la oferta por parte de Dios y en la respuesta por parte del hombre. En nuestro mundo es necesario volver la mirada y acoger esta forma de entender era Dios y al hombre porque tiene mucho que decir a nuestro mundo. A partir de esta raíz sería posible la humanización de nuestro mundo que es tarea de todos y a todos los niveles en que cada uno se encuentre. Porque el evangelio es para todos los hombres de todas las culturas y situaciones sociales.

3ª) ¡Dios nos amó primero!

En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo. Dios va siempre por delante con su oferta gratuita. Sólo si Dios abre camino a través de Jesús que se nos revela como Camino, Verdad y Vida, es posible para el hombre aceptarlo y realizarlo. Es necesa-rio ponerse en marcha. Pero Juan recuerda que todo fariseísmo y celotismo impiden la realización de ese proyecto. El fariseísmo, tan fuerte alrededor de Jesús, porque la salvación es la suma de dos: una oferta gratuita y el hombre con su respuesta fiel. Pero al Dios verdadero, es decir, al Dios amor y misericordia, que es lo que no experimentaban los fariseos rechazando a Jesús y su modo de proceder. Y el celotismo que enseña que hay que actuar para que Dios haga lo que a El le corresponde. A esto llamamos acción sinergética. Pero la respuesta del evangelio (que exige hasta el don de la vida, por tanto va en serio) lo plantea al revés: sólo desde la aceptación del Dios gratuito se puede llegar a la donación gratuita por el hombre. Dios va siempre por delante. Y esta verificación que se realiza en la fe y en los sacramentos, nos descubre a nivel familiar, laboral o de las múltiples relaciones sociales que el otro es el importante y es primero. Dios, el otro y yo. Ese es el lugar donde descubrimos el rostro de Jesús. Y esa es la oferta que necesita nuestro mundo, éste en el que nos ha tocado vivir. Sin huidas, ni refugios de falsas consolaciones.

Evangelio: San Juan 15,9-17.

Marco: El fragmento de hoy forma parte, con la perícopa anterior, de un conjunto armónico cuyo tema es la contemplación de la Iglesia en sí misma, alrededor de la cepa, de Jesús vivo, de su palabra que se manifiesta en un fecundo y exigente amor fraterno. Jn 15,1-17 es una presentación de lo que es la Iglesia muy singular y vigorosa. En este clima eclesial y pascual hay que leer, reflexionar y presentar este fragmento.

Reflexiones:

1ª) Como el Padre me amó y hago lo que le agrada.

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y perma-nezco en su amor. La raíz y punto de referencia es siempre el Padre. Jesús refiere siempre su vida a El. Pero en este fragmento que acabamos de proclamar la mirada no está puesta en el Padre por sí mismo, sino en la Iglesia y para la Iglesia. Para el evangelis-ta Juan, la Iglesia es la comunidad (familia) del Padre en el mundo centrada en Jesús, que es la cepa vital. Jesús resucitado sigue siendo hoy la cepa de la que brotan inseparablemente los sarmientos. Pues bien, ahora dirige la mirada al Padre que le envió pero desde una óptica particular, es decir, la relación profunda e inseparable de estos elementos: el amor, los mandamientos y la voluntad el Padre. Cuando Jesús quiere presentarlos el modelo en el que han de fijar la atención e imitación les descubre que la comunión sólo es posible si se realiza en la Iglesia la comunión que hay entre él y el Padre. La urgencia ética es muy fuerte en el mensaje de Juan. El amor es la raíz, los mandamientos son los canales y la respuesta ética es el resultado necesario para que exista una verdadera familia de Dios que es la Iglesia. Esta constante realización ética urge a quien se acerca a este evangelio. Y tiene mucho que decir al hombre de hoy. Es necesario llegar a la raíz, pero también lo es llegar a los frutos: el compromiso ético traducido en compromiso fraterno, familiar, laboral y social.

2ª) ¡Quiero que viváis alegres!

Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. En el clima pascual es necesa-rio entender estas expresiones consoladoras de Jesús. Obsérvese cómo recoge las expresiones de Jesús: para que mi alegría esté en vosotros. Es importante colocarse en esta perspectiva para enten-der de qué alegría se trata: la que disfruta Jesús ya para siempre porque ha resucitado. La alegría que desborda en el corazón de Jesús por la misión cumplida. La alegría que se proyecta porque ha realizado siempre el proyecto de su Padre. La alegría de estar entre los hombres. Jesús Sabiduría, paradójicamente, encuentra sus delicias en estar con los hijos de los hombres. Por encima de todo, Jesús vive inmerso en la alegría: En aquel momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños (Lc 10,21ss). Y esa misma alegría la desea y la urge a sus seguidores. El mundo necesita testigos de esperanza y, en expresión apretada de Pablo, la esperanza es la fuente de la alegría (Rm 12,12). Y una alegría auténtica, acabada, sin fisuras, incluso en medio de las dificultades y de los sufrimientos. Porque se trata de una alegría pascual, por tanto un don. Nuestro mundo necesita testigos de alegría en todos los ambientes. La tristeza, la ansiedad, la amargura (frutos de la insatisfacción y de la inseguridad) atormentan al hombre de hoy. El creyente en la Pascua es invitado, individual y comunitariamente, a transmitir al mundo la fuente y la posibilidad de la alegría que ansiosamente busca y necesita.

3ª) ¡Amáos mutuamente porque yo os he amado primero!

Este es mi mandamiento; que os améis unos a otros porque yo os he amado primero. La escuela joánica ha logrado la síntesis más apretada, más completa y más armónica de las actitudes éticas del creyente centrando todos los mandamientos en este. Este es mi mandamiento, mi propio mandamiento, el "nuevo" mandamiento que os va a caracterizar en medio del mundo. Este amor mutuo es la señal de la amistad con Jesús. El hombre entra en el círculo de los amigos de Jesús, alejándose del círculo de esclavo, porque participa de la intimidad de Jesús al compartir los secretos que ha recibido del Padre. Y no hay amor más grande que el que la vida por los amigos. Sólo en este círculo de enseñanza y de experiencia se entiende la formulación ofrecida por el evangelista (recogiendo el sentido de su experiencia con Jesús). Se trata de un amor mutuo, interpersonal, creativo. Todas las personas son valoradas con otros baremos. Por eso son invitados a participar de esta experiencia todos los creyentes sin excepción. Y si el hombre actual necesita volver a las raíces de la alegría profunda y verdadera, necesita aún con más urgencia el compromiso ético de una relación interpersonal que supere todas las barreras que la impiden.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)


Pautas para la homilía
Levántate, que soy un hombre como tú

La primera lectura nos abre una ventana a la universalidad de la fe, a la gentilidad escogida para ser también parte del Reino de Dios. Nos abre a la no discriminación del otro pues el Espíritu sopla donde quiere y actúa allí donde es acogido con corazón sincero. Siempre me pregunto: al final… ¿qué sabemos nosotros de la íntima relación que establece Dios con sus criaturas? ¿Qué sabemos del corazón de la fe que anida en cada creyente?

Pero antes de incidir sobre este punto se hace necesario una consideración venida de las palabras de Pedro a Cornelio: “Levántate, que soy un hombre como tú”. Pedro cumple aquí el memorial de aquel acto aún reciente de la Última Cena en la narración joánica: hemos venido a servir y no a ser servidos. Como creyentes, cualquiera que sea nuestra posición, tanto social como eclesial, no somos nosotros ante quienes se tienen que arrodillar los demás. Solo ante Dios, ante el Señor de la Vida y de la Historia ha de arrodillarse el ser humano. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble. En la escena del lavatorio de los pies Jesús, el Señor, lo ha dejado claro… lo que yo hago ahora con vosotros, también vosotros habéis de hacerlo unos con otros. Ponerse el delantal del servicio, del saberse arrodillar ante quien se acerca a nosotros es una lección de humildad en lo propio y de reconocimiento de lo ajeno. Como seguidores de Cristo nuestra misión es saber reconocer en el otro un hermano con la misma dignidad que la mía y por lo tanto una criatura en quien, de algún modo, habita la huella indeleble del Creador. Pedro, en esta reacción con Cornelio, nos muestra una actitud que estamos llamados a hacer nuestra: levantar al hermano que se arrodilla.

Entretejida esta enseñanza con el carácter de universalidad de la fe, comprendida la catolicidad de nuestra fe como ese anhelo de llevar la liberación que proclama Jesucristo a cada hombre y mujer de nuestro mundo, solo nos resta poner en práctica la misma. Las semillas del Verbo están esparcidas en la tierra y solo germinarán si cada uno nos ocupamos en cuidar cada una de esas “tierras” que son los seres humanos.

El amor es un tipo de conocimiento

La segunda lectura del apóstol San Juan nos introduce ya en el tema del amor. El viejo adagio clásico de ‘el amor es un tipo de conocimiento’ resuena con fuerza vital y adquiere cuerpo de experiencia aún mayor en la fe cristiana. Solo el desarrollo de nuestra capacidad de amar es lo que nos permitirá conocer a Dios. Porque además en ese desarrollo de la capacidad de amar es donde se registra el gradiente de humanidad necesario para hacer de esta vida una andadura de sentido, de felicidad. Y todo ello porque hemos sido amados previamente. Si la fe, como decíamos en la introducción, es una confianza en el Otro, podemos nosotros hoy confiar en Dios ya que Él confió primero en nosotros enviándonos a su Hijo, quien vivió y murió para salvación del ser humano. No amamos ni confiamos en un Dios ajeno al devenir histórico de lo humano, sino que amamos a un Dios que se hizo carne con nosotros para compartir gozos y esperanzas, anhelos y frustraciones, parafraseando el texto del Concilio Vaticano II.

De ahí, de este amor recibido que actúa a través de nuestro ser deriva un comportamiento, una tarea: amar también al prójimo, al hermano. ¿Cómo podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no somos capaces de amar al hermano a quien si vemos y tenemos al lado, como dice el apóstol Santiago en su carta?

Conocer a Dios es una tarea vehiculada por el amor. Amar al otro en su fragilidad y vulnerabilidad es camino idóneo para vivir y hacer experiencia del amor de Dios.

Permaneced en mi amor

Llegamos así al texto evangélico. San Juan hoy nos remite al pasaje de la Última Cena. Estamos inmersos en ese contexto y es ahí donde Jesús pronuncia su último discurso-enseñanza a sus discípulos. Es el testamento del pájaro solitario que se sabe en manos de Dios. Es el gran mensaje final de un Dios encarnado que ama profundamente al ser humano, ha confiado en él y que quiere ser amado y conocido por él.

Dos verbos sintetizan toda la experiencia del amor: permaneced y guardad. Vamos a escudriñar el significado profundo de ambos porque ellos nos darán la clave de interpretación del mandamiento nuevo que pronuncia Jesús: amaos unos a otros como yo os he amado.

Jesús les/nos pide en primer lugar que permanezcan en su amor como consecuencia del amor que Él les ha tenido y que no es sino una trasposición del mismo amor que Jesús ha recibido del Padre. Este permanecer, como afirma Pilar Avellaneda, que significa mantenerse firme en una vinculación personal, no solo estar en un lugar, entraña una fuerza vital, un vigor, una unión que comunica vida y crecimiento, que no es un constante ser-para sino un ser-de, no un mantenerse sino un dejarse-mantener, como corresponde a una relación de amor o con otro de los ejemplos que utiliza san Juan, como corresponde a la relación entre el sarmiento y la vid.

Esta vinculación necesaria entre discípulo y maestro no aparece sola o aislada sino en un binomio necesario: permanecer-guardar. Son dos imperativos que utiliza Jesús en la narración y que se implican el uno al otro de modo inseparable.

Primero aparece ‘permaneced en mi amor’ y después aparece ‘si guardáis mis mandamientos’. Este ultimo mandamiento, guardar, tiene un sentido profundo de atesorar, custodiar, guardar algo valioso. Guardar, dice Pilar Avellaneda, es sólo el segundo nivel, el primero es permanecer, que es el nivel ontológico o del ser, posteriormente vendrá el hacer o guardar. En nuestra transmisión de la fe cristiana hemos insistido hasta la hartura en educar una conciencia ético-moral recta y de ahí que se identificase el ser bueno con el ser creyente o el ir a misa. Craso error. Una fe formulada únicamente como norma de comportamiento se desvanece. Es necesaria la experiencia primera y ontológica del sentir, del saberse sujeto y sujeto amado ante el Otro. En definitiva la ética, dice Avellaneda, es consecuencia del ser.
Este mensaje de Jesús implícito en sus palabras y en su mandamiento, renueva un modo de comprender la realidad de la fe en estos tiempos en que insistimos en la necesidad de una nueva evangelización. Si no somos capaces de gestar en el otro la experiencia de un Dios amante incondicional, de poco nos servirán la multitud de tareas y actividades que hagamos.

Dicho de modo más coloquial: no es la obligación de besar a mi pareja reiteradamente la que produce el amor entre nosotros sino que es el amor previo y entrañado en el sujeto el que produce los besos más apasionados.

Fr. Ismael González Rojas
Convento de San Esteban (Salamanca)

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