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viernes, 21 de octubre de 2011

XXX Domingo del T.O. (Mt 22,34-40) - Ciclo A: El corazón lleno de Dios y de nombres


Hoy me encuentro frente a dos realidades. El Evangelio del mayor de los Mandamientos y el Domingo del Domund. Y creo que ambos se complementan. Y al querer graficarlos de alguna manera, me vienen a la mente aquellos versos de Mons. Casáldiga que dicen:

“Al final del camino me dirán:
¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,abriré el corazón lleno de nombres”
(Casáldiga)

Personalmente no suelo cargar muchas Agendas. En cambio, tengo un compañero que, cada comienzo de año, necesita de varios días para pasar el montón de nombres, direcciones y teléfonos a la nueva Agenda. Y veo lindas las Agendas porque están llenas de nombres, por tanto, están llenas de recuerdos y de amistades y de cariños.

El corazón humano debiera ser también una especie de Agenda donde, como dice Casáldiga, al final de la vida, cuando nos pregunten “Si hemos vivido y si hemos amado, nos baste con abrir el corazón y Dios lo vea lleno de nombres”. Y eso será una de las señales de que hemos vivido y hemos amado.
Escribo tu nombre en mi corazón cuando te amo.
Lo borro cuando te olvido.
Por eso, me imagino el corazón de Dios lleno de nombres, el tuyo, el mío y el de todos. También los de aquellos a quien nadie llama y a quien nadie lleva en su corazón.

Los fariseos que preguntan a Jesús por el principal de los mandamientos, creen que basta con llevar el nombre de Dios inscrito en sus corazones. Pero la respuesta de Jesús les modificó el libreto que tan bien lo habían aprendido. En el fondo, vino a decirles que sí, lo principal es el amor a Dios, pero que el amor a Dios no era verdadero si no iba acompañado del amor al prójimo. Y que todo el resto era intrascendente.

Además les simplificó las cosas, porque frente a los 248 preceptos y las 365 prohibiciones que ellos tenían, Jesús todo lo redujo a dos. Y con ello era suficiente: “ama a Dios y ama a tu prójimo”. Y además, como dicen los comentaristas, mediante el adjetivo “homoios” les quiso “indicar que el mandamiento del amor al prójimo es de igual valor y de igual rango que el mandamiento del amor a Dios”.

Cuando quiero saber si de verdad amo a Dios, miro si llevo su nombre en mi corazón.
Cuando quiero saber si de verdad amo a mi prójimo, me pregunto cuántos nombres llevo escritos en él.
Cuando quiero saber a cuántos no amo, miro a mi corazón y veo cuántos nombres he borrado o a cuántos nunca he escrito en él o cuántos faltan.

Ser misionero es llenar el corazón de nombres, muchos de ellos que nunca los hemos escuchado y hasta es posible, que ni sepamos pronunciarlos.

El misionero, que entrega su vida a la causa del Evangelio por amor a los hombres, tiene el corazón lleno de nombres, incluso aquellos que ni conoce ni conocerá nunca, pero que él los sigue amando y sigue dando su vida para que algún día también ellos conozcan el Reino y a Jesús.
El corazón misionero es como el corazón de Dios.
No solo se llena de ciertos nombres preferidos de amigos, sino con los nombres de todos los hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos. No importa la edad. Tampoco la cultura o su condición de vida.
Porque el amor ni se fija en el almanaque ni tampoco en las arrugas. Para ser amados no hace falta hacerse cirugía estética.

Me encantó el soneto que encontré de A Rodríguez Suárez, que dice:

“El amor es divino, no humano;
del hombre es la más noble condición;
el amor es su cuarta dimensión
que eleva a su cenit al ser humano.

Por el amor vivir puedo en el hermano
y el hermano en mí tiene su mansión,
fundidos en un solo corazón,
donde nadie es distante ni lejano.

Llega el hombre a su meta más subida
cuando hace de su amar amor divino.
Alcanzará la cumbre de la vida

quien siga sin desmayo este camino,
y, al sonar en el gongo su partida,
sabrá bien que el Amor es su destino”.

Y ahora te dejo, porque voy a repasar cuántos nombres aún no están escritos en mi corazón sacerdotal.

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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