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martes, 30 de noviembre de 2010

Homilías y Recursos para la Homilías: II Domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) - Ciclo A


Publicado por Agustinos España

DAR LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU. ¿QUÉ FRUTOS? NECESITAMOS BUENOS GUÍAS. HOY TENEMOS A ISAÍAS Y A SAN PABLO. EL EVANGELIO NOS OFRECE A SAN JUAN BAUTISTA. TIEMPO DE PALABRA MAS ABUNDANTE.

1. Se puede comenzar la homilía de este segundo domingo de Adviento con las primeras palabras de la carta de San Pablo a los Romanos de la segunda lectura porque son muy importantes: "Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza". La realidad es que necesitamos más Escritura, quiero decir, consumir más Palabra de Dios, penetrarla más, contemplarla más, orarla más. Esa es la razón de mi intento de sacar el jugo mayor posible a todos los textos litúrgicos del día. Son todos revelados y valen, por lo tanto, muchísimo más que todos los comentarios ajenos a los mismos, con que queramos envolverlos. Y relacionarlos entre sí, porque unos a otros se explican y se va descubriendo mejor a través de ellos, el pensamiento de Dios. Dicen que San Juan de la Cruz, siempre estaba con la Biblia en las manos, y se la sabía de memoria. Los españoles de este siglo, también de los tres anteriores, pero me refiero más a éste en el que inmediatamente nos hemos formado, hemos padecido una carencia de Escritura muy grande. Era la consecuencia aún, de la Reforma Protestante, pero no olvidemos que Lutero fue el primer traductor de la Biblia a la lengua vulgar, en su caso al alemán. En España no hemos podido ver este progreso hasta el año 1945, con la traducción de la Biblia al castellano, por los padres. Bover-Cantera. Los autores que lo intentaron hacer anteriormente, como Fray Luís de León, lo pagaron en la cárcel. Para conseguir en 1940 una biblia ¡en latín!, había que ir o encargarla a Roma. Es un déficit notable, que todavía arrastramos y que no se pone el debido interés en saldar. Ordinariamente se comenta la tercera lectura, la más conocida, por lo tanto, y se omiten las otras y los demás textos litúrgicos porque, se dice, los fieles no los comprenden. Nunca los comprenderán, si alguna vez no se comienza con seriedad a iniciarles en ellos. Si Lutero hubiera sido más humilde y el papa más comprensivo, ¡qué servicio habría prestado a la Iglesia su clarividencia sobre el valor de la Escritura!. Y esto lo comparto con el Cardenal Mercier, quien dijo, que si Lutero y Calvino se hubieran enfrentado a un papa como Pío X, no habrían arrancado a la Iglesia un tercio de Europa. Dejando la Escritura, o profundizando poco en ella, no sólo no se conoce a Cristo, como dijo San Jerónimo, sino que perdemos su consuelo, motor de la esperanza, que es lo que hoy afirma San Pablo.

2. El Adviento nos invita a reflexionar más intensamente en el misterio de Cristo, misterio siempre nuevo que el tiempo no puede agotar. Cristo es el alfa y la omega, el principio y el fin. Con Él, la historia de la humanidad avanza como una peregrinación hacia el cumplimiento del Reino, que él mismo inauguró con su encarnación y su victoria sobre el pecado y la muerte. Por eso el Adviento es sinónimo de esperanza: no es la espera vana de un dios sin rostro, sino la confianza concreta y cierta del regreso de Aquél que ya nos ha visitado, del «Esposo» que con su sangre ha sellado con la humanidad pacto de eterna alianza. Es una esperanza que estimula la vigilancia, virtud característica de este tiempo litúrgico. Vigilancia en la oración, alentada por una expectativa amorosa; y en el dinamismo de la caridad, consciente de que el Reino de Dios se acerca allí donde los hombres aprenden a vivir como hermanos.

3. En Adviento, hemos de mantener vigilante el espíritu para recibir mejor el mensaje de la Palabra de Dios. Nos decía el domingo anterior el profeta Isaías, el oráculo pronunciado en un momento de crisis en la historia de Israel: «Al final de los tiempos -dice el Señor- el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones... Forjarán de sus espadas arados, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Isaías 2, 1). Estas palabras de paz nos son muy necesarias a la humanidad entera y, especialmente al Próximo Oriente, tan sometido al dolor. Ayer hemos celebrado la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, la Virgen vigilante y Madre de la esperanza. Que ella nos guíe en este camino, ayudando a cada hombre y cada nación a dirigir la mirada hacia «el monte del Señor», imagen del triunfo definitivo de Cristo y de la venida de su Reino de paz.

4. Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: "Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos" Mateo 3,1. "Metanóiete", significa: reflexionad, cambiad de opinión, arrepentíos, cambiad de vida. ¿En qué dirección hay que cambiar? Cuando hemos viajado por una carretera desconocida nos hemos fijado muy bien en las direcciones; hemos remirado los mapas, pero no ha sido suficiente. Cuando nos hemos visto desorientados, hemos detenido la marcha y hemos preguntado a una persona. Y entonces, aquel chófer, o viandante, nos ha orientado. Eso es lo que hace la Palabra: orientarnos. Pero, no pocas veces entendemos mal la Palabra. O, acostumbrados ya a la rutina, sufrimos el espejismo de creer que vemos agua, cuando es asfalto abrasado; o nos parecen lagos inmensos, lo que son arenas del desierto, caldeadas por el sol ardiente. El calor de las pasiones nos produce espejismo, y creemos realidad, lo que es producto del aire caliente de la pasión. Creemos estar en la verdad, pero no es verdad. Aportamos razones, aunque con tantas razones no tengamos razón. Creemos que siempre tenemos razón. "De buenas razones nos libre Dios" ha escrito Santa Teresa. El terrorista sufre espejismo. Y el tirano, también. Y el dictador, a quien nadie controla. Y el jefe o superior con ideas fijas o apasionadas, carente de consejeros leales, independientes y justos, desprendidos de ambiciones y fama, buscadores del bien común y no de su propia imagen porque no quiso rodearse de consultores sabios, sin ansias de comercialismo, ni afán de poder o de revanchas. El jefe que no reconoce en la práctica ningún derecho, ni siquiera el de ser tratados con discreción y respeto de los derechos humanos, a los subordinados. Cuando hay exámenes, oposiciones, concursos, por lo menos se mantiene el espíritu alerta para estudiar y prepararse, y excluir los procedimientos endogámicos para facilitar la justicia y la excelencia. Es cierto que siempre se pueden adulterar estos mecanismos humanos, ¡que somos hombres, y no ángeles, todos!; pero, al menos, esos medios representan un estímulo y un control. Si se está a merced de una sola voluntad y lo único que se busca son hombres prácticos, y no hombres sabios; funcionarios sin iniciativa, más que hombres de carácter, con capacidad, creatividad y clarividencia demostradas, el hundimiento de las empresas está cantado. Los analistas futuros de la historia, señalarán las causas de la desertización y de la pobreza de la formación y la cultura, como siempre, cuando será tarde. "Los ensayos, con gaseosa", decía Ortega.

5. Juan Bautista, para nada quiso presentarse como "vedette": "¿Eres tú el Mesías?" "No lo soy". "Es necesario que yo mengüe para que El crezca". El nazismo, en busca obsesionada del superhombre, extinguía las razas que creía inferiores. La dictadura del "yo" camina hacia la degeneración de la raza condenando al ostracismo a las personalidades superiores, y rodeándose de las que brillen menos y sean más manejables. "Es necesario que ellos mengüen para que Yo crezca", no lo dicen, pero así obran los ególatras. Sabido es que Hitler, que era más bien bajito, había ordenado construir en su coche blindado un suplemento de asiento, que pusiera de relieve su figura. ¡Qué necesario es un guía, un conductor sabio que nos señale el camino, mejor que con su indicación de palabra, con el ejemplo de su vida! Ahí le tenemos. Es un guía creíble, un director que nos puede. Nos dice con su vida cómo y de qué hay que arrepentirse, y por qué hay que cambiar de camino: "Porque está cerca el reino de los cielos". Viene Jesús, es decir: Volveos a Dios, porque Dios viene buscando a los hombres. "Este que viene, es el que anunció Isaías: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Preparamos el camino del Señor reconociendo nuestros pecados, poniéndonos de acuerdo entre nosotros, acogiéndonos con paciencia y alegría, como Cristo nos ha acogido.

4. Pero Isaías 11,1 había dicho mucho más: "Sobre el vástago del tronco, casi muerto, de Jesé, padre de David, se posará el Espíritu del Señor, de ciencia y discernimiento, de consejo y valentía, de piedad y temor del Señor. No juzgará por apariencias", que tantas veces engañan, defenderá con justicia al desamparado. Herirá al violento, al que provoca la guerra, con el látigo de su Palabra. Su palabra, su predicación es la que cortará los vicios. A la gente no le gusta que le digan las verdades. Ya San Pablo le decía a Timoteo, que buscarán quien les regale los oídos, aceptarán las fábulas, pero no la verdad (2 Tim 4,4). El que viene será justo y fiel. Y llenará de paz al pueblo: paz. Los que estaban en guerra harán en su reino las paces. Lobos y cabritos, panteras y corderos, novillos y leones, vacas y osos juntos. Niños que juegan con las serpientes, y meten las manos en sus madrigueras y no les morderán. Y llenará el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar". Imaginemos lo que ocurriría si un dichoso día comenzáramos todos, no ya digo los seis mil millones de hombres que poblamos la tierra, sino los mil millones de cristianos bautizados, a vivir en serio el evangelio: la ciencia del Señor, el amor y la paz serían una avenida gloriosa en esta tierra desolada y maltrecha.

6. Pero, ocurre, desgraciadamente lo que un maestro hindú quiso enseñar a sus discípulos: Un día los llevó a la orilla de un río. Extrajo de la corriente una piedra. La partió. Estaba seca por dentro. Y dijo: Así son los cristianos: sumergidos dos milenios en la corriente viva del evangelio, tienen el corazón seco. La avaricia y la tacañería no les dejan absorber el amor de Cristo. Les impiden su egoísmo y su vanidad practicar la caridad que predican.

7. La consecuencia de este reino de paz y de justicia es la armonía total de toda la creación. Isaías ve este paraíso nuevo en el tiempo en que reine Jesús, como resultado de la acción dinámica del Espíritu. Otros sitúan la felicidad en una sociedad de consumo manejada por el espíritu contrario al de Dios. Nosotros sabemos que sólo está en Cristo, Alfa y Omega, Principio y Fin (Ap 1,8).

8. La gente iba buscando a Juan. Estaban desorientados y buscaban guía. Hay mucha gente desnortada, pero no encuentran pastor. ¿Funcionarios? Muchos. Pastores, pocos. Y necesitan, tienen hambre, y le dan piedras, en vez de pan (Lm 4,4). No se satisface la sed de trascendencia, y proliferan las sectas. Por eso, cuando encontraron a Juan, le acapararon. Pero fue en el desierto donde le encontraron. Y allá se fueron. Al desierto. El desierto, lo necesitamos tanto, es el lugar donde con más facilidad nos encontramos con Dios. Ahí en el desierto, que debemos hacer donde podamos, aunque sea breve cada día, sobre todo en Adviento, es donde, apagadas las voces de fuera, atendemos a la Voz que nos habla dentro, oímos nuestra conciencia que, rectamente formada, es la voz de Dios. Ella nos dirá lo que hemos de rectificar. No dejemos el orgullo fuera del campo de la conversión. No se ventila una conversión de cosillas, de distracciones en la oración, o de mentiras sin hacer daño. No se trata de un cambio de "look", de imagen sino de un cambio profundo interior: lo que hay que hacer es una conversión total a Dios, al amor, sostenidos por la esperanza de la Resurrección, "con nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras".

9. La gente, como en una celebración penitencial general, confesaba sus pecados y se bautizaba, incluso fariseos y saduceos, a quienes Juan les dice: "Raza de víboras, (así les llamará Jesús después), ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?" ¿Es que Dios tiene ira? La ira de Dios tiene por objeto el pecado, pero el hombre pecador es mirado por Dios con misericordia infinita, por eso le llama a la conversión. Dios no puede amar el mal, tiene que odiarlo, porque por su propia naturaleza está en contradicción con su misma esencia. El pecado es lo contrario del Amor de Dios. Sin odio, que es la otra cara del amor, no hay amor verdadero. Dios no podría amar el bien, si admitiera el pecado. Si Dios fuera permisivo con el pecado, sería como ignorar el mal, o tomarlo a la ligera, reconociéndole el derecho a existir.

10. Si ya nos hemos convertido, demos frutos, obras, de conversión. No os hagáis ilusiones con que sois hijos de Abraham: "Mirad que el hacha está puesta en la raíz del árbol. Porque todo árbol que no produce frutos buenos, será cortado y echado al fuego".

11. Juan pide la conversión del pecado grave. Pero no hemos de quedar tranquilos con esa conversión, si ya la hemos hecho, por la gracia de Dios. Los que hemos recibido el don de la revelación, no nos podemos conformar con evitar el pecado grave. Ya es gran merced de Dios ésta. Santa Teresa considera que el alma ha llegado con ello a las segundas moradas. Pero estamos llamados a pasar más adelante. Debemos ganar más terreno al enemigo. El trabajo rudo del derribo, desescombro y la brocha gorda son necesarios. Pero la tarea delicada del pincel fino es más elegante. Se trata de ser educados con Dios, que, aunque no es "muy delicado" en expresión teresiana referida a los escrúpulos, sí que es muy fino con sus criaturas, sus hijos, en quienes tiene sus delicias. Propio de los hijos agradecidos es recordar los regalos recibidos en toda la vida, en cada día. Dar gracias por la vida, por nuestros padres, por la vocación cristiana, por los sacramentos, por la Iglesia. Podíamos componer una letanía para rezarla con frecuencia, recordando y gozándonos en todo lo bueno que hemos recibido y recibiremos. Esta sería una conversión de pincelillo, pero muy positiva y grata a Dios, e incluso saludable para la estabilidad psicológica y emocional.

12. Dejemos paso a Jesús para que nos bautice con Espíritu Santo, como le dejó María que, porque ofreció la tierra limpia para que El viniera, vino a ella y se quedó en sus entrañas maternales. Esta tierra limpia fue preparada con fe, virginidad, humildad y sabiduría. "El tiene la pala en la mano para aventar el trigo. El trigo lo depositará en el granero del cielo, la paja en una hoguera que no se apaga".

13. Envíanos tu Espíritu y conviértenos a Ti, por la Sangre de tu Cruz y el poder de tu Resurrección, con la intercesión de María, tu Madre y Madre nuestra. "Para que en tus días florezca la justicia, en nuestras personas, en nuestras familias, en la sociedad humana entera; para que la paz abunde eternamente. Para que escuches nuestra oración, la oración de los afligidos que están sufriendo porque no tienen padrino ni protector, para que te apiades de los pobres e indigentes" Salmo 71. Preparémonos en este Adviento con nuestra conversión al Evangelio y con el manjar para el camino: la eucaristía.



RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Hacía quinientos años que no surgía un profeta en Israel. Parecía como si Dios hubiera vuelto a olvidarse de su pueblo. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, “la cercanía del reino de Dios” –que dice Juan-, vuelve a aparecer el espíritu profético con más fuerza que nunca: Zacarías, Isabel, Simeón, Ana, Juan Bautista.

Mensaje de la persona

Antes que lo que dice, impresiona la persona que lo dice. Tanto, que los evangelistas se muestran muy solícitos al hablarnos de su importancia y grandeza, señalando que Juan no es Jesús, sino sólo su heraldo.

Juan tiene autoridad ante el pueblo, tiene escuela, tiene discípulos, tiene prestigio, todo el mundo le admira. Pero, en ningún momento perdió los papeles atribuyéndose lo que correspondía sólo a Jesús. Su rectitud, su honradez y su humildad son proverbiales. Nunca se predicó a sí mismo, sino al que venía a anunciar, “al que está entre vosotros, al que viene detrás de mí, puede más que yo y no merezco ni llevarle las sandalias”.

“Por aquellos días, Juan se presentó en el desierto de Judea predicando”. Sólo predicando y mostrando “la Palabra”. Él no es la Palabra, sólo la voz que señala, que anuncia. Señalará el camino, porque él no es el camino sino “sólo el que lo allana y prepara”. Por más prestigio que tenga, él no es el que ha de venir sino el que lo muestra, indicando a sus mismos discípulos que le abandonen para que sigan a Jesús.

Se puede estar de acuerdo o no con Juan y su mensaje, pero lo que no se puede es dudar de su autenticidad. Expresamente evita las ambigüedades y los dobles sentidos para ceñirse con claridad meridiana a lo que, como profeta, tiene que mostrar. Y, para sobreabundar en el fondo, da importancia a las formas: vestido con piel de camello, viviendo en el desierto, alimentado con saltamontes y miel silvestre. Integridad de vida y mensaje claro para todos. Esto bastaría para saber nosotros qué tendríamos que hacer, decir y vivir en adviento. Pero, hay más.

"Convertíos"

Este es el mensaje central del Bautista: “Convertíos porque está cerca el reino de Dios”. Éstas, sus primeras palabras, son exactamente las palabras de Jesús al iniciar su misión apostólica. Y esas mismas palabras serán las que llevan pronunciado los discípulos de Jesús desde entonces.

Bien es cierto que en seguida surge la diferencia entre Juan y Jesús. El mensaje de Juan es de un tono más bien apocalíptico, insistiendo más en la justicia de Dios, que en forma de “hacha” “toca ya la base de los árboles talando y echando al fuego a cuantos no den fruto”; Jesús, luego, insistirá más en mostrarnos a un Dios que, sin dejar de ser justo, brilla más por el amor salvador y siempre perdonador. Surge también la diferencia en cuanto a la conducta, cuando los fariseos echan en cara a Jesús que los discípulos de Juan ayunaban pero los suyos no. Y cuando acusan al mismo Jesús de comedor y bebedor, en contraste con la forma de alimentarse Juan. Y, más en profundidad, en la prisa que parece tener Juan en que Dios aplique su juicio cuando habla de “talar” y “echar al fuego” a cuantos no den fruto, y la paciencia y la confianza de Jesús con todos, hasta con la higuera que tampoco produce frutos.

Pero, tanto Juan, como Jesús y los discípulos de ambos, coinciden en la llamada a la conversión: “Convertíos”. O sea, cambiad de dirección. Y, al hacerlo, volved continuamente la mirada hacia atrás, no perdáis nunca las raíces, los orígenes, no olvidéis que, si camináis, es porque habéis sido liberados y comprados a un alto precio. Y, al caminar, no lo hagáis mirando al suelo, sino mirad también hacia delante, hacia vuestro fin. Y el deseo y la esperanza de lo que buscáis os dará fuerzas para seguir el camino.

La tentación está servida. Lo efímero y lo superficial tratan de imponerse a lo profundo y eterno. Y, sin despreciar aquello, hoy se nos pide que nos volquemos sobre esto. La clave siempre será la misma: mirar dónde y en qué ponemos nuestro tesoro para saber por dónde va nuestro corazón.

El buen fruto de la conversión

Hay frutos comunes para todos y los hay particulares, porque así son las relaciones humanas con el Dios cuya venida oteamos y preparamos. Una palabra sobre uno que, si bien comienza siendo personal y particular, deseamos y pedimos acabe siendo de todos. Me refiero al fruto de la justicia y de la paz a tenor del momento que nos toca vivir.

Para empezar, la justicia y la paz son bienes, frutos, inseparables. Desconfiad de quien, insistiendo en uno, olvide el otro. Y, en segundo lugar, tanto una como la otra hay que buscarlas dentro de nosotros, de cada uno, para que, luego, puedan tener una proyección social.

La justicia y la paz o, lo que es lo mismo, un clima de respeto auténtico, de búsqueda de la verdad, de libertad, de reconocimiento de mis derechos y obligaciones y los de los demás, o nacen dentro de nosotros o no podremos imponerlas por decreto. Cada vez es más importante crear espacios de reflexión, de formación de conciencias rectas y, para nosotros, de hacer posible oír la voz de Dios.

Y, además, hay que orar, en particular en tiempos como el que litúrgicamente vivimos. Lo nuestro es importante, sobre todo la base de una conciencia recta, pero lo de Dios, decisivo. Sin él y sin su ayuda eficaz poco podremos lograr. Pero, si a la sabiduría y prudencia humanas, unimos las sobrenaturales, los frutos de los que hablaba Juan estarán garantizados.

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