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domingo, 25 de julio de 2010

26 de julio: Día de los Abuelos


Carta semanal de monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos

Desde hace unos pocos años, la fiesta de mañana ya no es sólo la de San Joaquín y santa Ana. Es también «la fiesta de los abuelos», como el día de «san José» lo es del padre y el domingo primero de mayo lo es «de la madre».
Ha sido un logro de la Asociación Edad Dorada, que no ha regateado esfuerzos para que el día de los abuelos de Jesús –san Joaquín y santa Ana fueron los padres de la Virgen-, se convirtiese en una efeméride para honrar a nuestros abuelos. Era de justicia y, sobre todo, de amor, agradecerles lo que ellos han hecho por nosotros y lo que representan y hacen dentro de nuestras familias. Porque los abuelos juegan un papel muy importante en el cuidado, formación y educación de las nuevas generaciones.
Decía Napoleón que «si quieres cambiar la sociedad de mañana, intenta cambiar a los niños de hoy». La dedicación y el amor de los abuelos son una aportación valiosísima a esa nueva sociedad que todos anhelamos. En muchas ocasiones, están más tiempo con sus nietos que los mismos padres, pues las actuales circunstancias laborales dan lugar a que recaiga sobre ellos el peso de levantarles, llevarles y traerles al colegio, darles de comer o merendar, etcétera.
En incontables ocasiones hacen funciones de verdaderos padres por su gran dedicación y amor, y porque se vuelcan sobre sus nietos para educarles con ternura y ayudarles a que descubran la vida sin traumas y complejos. Los abuelos actuales pertenecen a una generación que ha tenido que trabajar duro y saben por experiencia lo que cuesta salir adelante en la vida, y el valor que tienen virtudes como el esfuerzo, el espíritu de sacrificio, el ahorro, la honradez, el perdón y la comprensión, el trabajar juntos para lograr objetivos comunes y, en el caso de los abuelos cristianos creyentes, la gran aportación social que conlleva la fe y la religión católica.
¿Qué cosa más justa y razonable que darles las gracias, compartir cada año un día de alegría, proporcionarles unas horas de especial cariño y ternura, sobre todo si están enfermos, solos o necesitados? ¿Qué cosa más gratificante que agradecerles que hayan sido los padres de nuestros padres y, por ello, la fuente última de la que ha brotado nuestra existencia? Ciertamente, el don de la vida es un regalo que sólo Dios puede otorgar. Pero Dios ha querido contar con colaboradores para trasmitirla de generación en generación.
Por eso, produce una enorme tristeza el mero pensamiento de que estas cosas dejen de escribirse un día, como consecuencia de los gérmenes destructivos que se están introduciendo en el matrimonio y en la familia. Espero, y así lo deseo con toda mi alma, que sean los mismos abuelos quienes se encarguen de hacerlo inviable, gracias a su sabiduría, cordura y experiencia. Ellos saben muy bien que en la vida hay que sembrar continuamente amor, perdón y ayuda a los demás. Saben también que a lo largo de los años se libran muchas batallas y que, aunque se pierdan algunas, se gana siempre la más importante, si somos capaces de aportar comprensión y perdón. Todos deberíamos aprender de ellos esta gran lección, que va mucho más lejos que la mera tolerancia.
Invito a todos los que me lean, a que mañana, «día del abuelo», traten de arrancar a los suyos la mejor sonrisa, porque se sientan queridos y apreciados de verdad. Es posible que algunos se encuentren en una situación física que inspire compasión y ternura. Razón de más para demostrarles nuestro cariño. Y para pensar que si un día ellos tuvieron las mismas fuerzas físicas y las mismas capacidades que tenemos ahora nosotros, el paso de los años puede situarnos en situaciones muy similares a las que ellos se encuentran hoy. Si aprendemos esta lección, no sería la menos importante que nos darían nuestros abuelos. ¡Felicidades a los abuelos y a los nietos!

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