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martes, 3 de marzo de 2009

II Domingo de Cuaresma - Ciclo B: ANTE LA DESFIGURACIÓN… LA TRANSFIGURACIÓN (Mc 9,2-10)


Hambre, miseria, tortura, luchas ideológicas, violencia, dolor, muerte….son, entre otras cosas, notas que marcan la situación totalmente desfigurada y complicada del mundo. Ante ello, el Señor nos ofrece unas pistas: no hay que desfallecer, hay que seguir hasta el final aunque, el camino, sea duro e incluso con sufrimiento.

1.- Mirar a nuestro alrededor es caer en la cuenta de muchos rostros desfigurados o deprimidos porque tal vez, hace tiempo, dejaron de sentir y de escuchar aquello de “tú eres mi hijo amado”.

De nuevo, en este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos invita a reemprender el camino junto con El. No será una senda fácil ni de respuestas a la carta. Pero, como siempre, nos lanzará a la cruda realidad, ayudados de su mano, y sobrecogidos si, de verdad, hemos intentado tener una experiencia profunda de El y con El.

A nadie nos gusta la cruz pesada; a ninguno nos seduce el final de un camino dibujado con el horizonte de las espinas o del dolor. Preferimos, y hasta echamos en falta, una vida más merengada y con éxitos, sin llantos ni pruebas, sin lamentos ni zancadillas, tranquila y sin sobresaltos. Todos sabemos…que no siempre es así.

Ante la desfiguración a la que se siente sometida la humanidad, los hombres, las mujeres de nuestro tiempo, hay que refugiarse en la Transfiguración del Señor. Entre otras cosas porque, en ese estado, uno se encuentra muy bien; adquiere la vitalidad y el impulso necesario para descender al llano de cada día y enfrentarnos a los crudos escenarios en los que nos toca actuar desde la sinceridad o desde la falsedad.

2.- El domingo pasado, Jesús en el desierto, nos recordaba que –la tentación- avanzará en paralelo con nosotros, pero que nunca nos faltará la fuerza de Dios para darle batalla y progresar hacia la victoria. Hoy, con su Transfiguración, da un paso más: nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo (por ejemplo la Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos configurando con El, meditemos sus enseñanzas o reconstruyamos de nuevo ese edificio espiritual y hasta corporal que las prisas, el agobio, el egoísmo, el individualismo y la superficialidad han demolido.

También nosotros somos testigos de la Resurrección de Cristo. No estamos en el monte Tabor como meros espectadores o marionetas. Nuestra presencia, aquí y ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que simple adorno, en la misión o en el apostolado que llevamos entre manos. ¡Qué más quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de la humanidad! Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un adelanto de lo que nos espera el día de mañana: la Gloria de Dios y el compromiso activo en el día a día.

3.- SUBIR Y BAJAR

Quiero subir y bajar, Señor, contigo
y contemplar, cara a cara,
el Misterio de Dios que –estando escondido-
habla, se manifiesta y te señala como Señor.
Quiero subir y bajar:
Ascender para contemplar tu gloria
bajar para dar testimonio de ella
en la vida de cada día
en los hombres que nunca se encaminaron
a la cima de la fe, al monte de la esperanza,
a la montaña donde, Dios, siempre habla
nunca defrauda y siempre dice que nos ama.
Quiero subir y bajar, Señor;
que no me quede en el sentimentalismo vacío
que no quede crucificado por una fe cómoda
que no huya de la cruz de cada día.
Que entienda, Señor, que para bajar
es necesario, como Tú, subir primero:
a la presencia de Dios, para vivirlo
ante la voz de Dios, para escucharlo
ante la fuerza de lo alto,
para que la vida brille luego
con el fulgor y el resplandor de la fe.
Quiero subir, Señor, al monte Tabor
y contemplar cara a cara,
ese prodigio de tu brillante divinidad
sin olvidar que, como nosotros,
también eres humano.
Muéstranos, Señor, tu rostro
y, que para bajar al llano de cada día,
no olvidemos nunca de buscar y anhelar
los signos de tu presencia.

Amén.

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